martes, 7 de octubre de 2008

¿Y DONDE QUEDAN LOS CIUDADANOS?

Cuando no tenía carro propio me consideraba como un ciudadano peatón, esto es una persona que utilizaba el servicio público de transporte para trasladarme dentro de la ciudad de Lima. Siempre considere que había cuanto menos dos males que un buen alcalde citadino tenía que combatir:
1. La falta de un modelo razonable de servicio de transporte público que incluyera un gran sistema con cuatro o cinco líneas troncalizadas (de buses o de trenes o de metros) y otras líneas alimentadoras. Evidentemente, ese sistema debería incluir un servicio de primer nivel, con conductores serios, educados y pulcros, y espacios en el vehículo con comodidad y espaciosos.
En ese marco, el servicio de “taxi” se volvería subsidiario, esto es lo usarían los que pese a la eficacia del sistema, requerían (o querían) hacer uso de un servicio más exclusivo, evidentemente a un mayor precio y con mejor calidad, lo que a su vez redundaría en la profesionalización del taxista.
2. La falta de una cultura de respeto al peatón por parte de los conductores de vehículos, que supondría un respeto absoluto a las reglas de transito, un uso eficiente de la regla de “paraderos” y, sobretodo, una preferencia al tránsito de peatones en las esquinas de las vías, lo que supondría incluso detener el vehículo para que el transeúnte pase.
Creo que, como ocurre en otros campos, solucionar estos problemas (que es una tarea coordinada con otras áreas del Estado como el Ministerio de Transportes y Comunicaciones, y el Ministerio de Educación) originarían una revolución sustancial del modo de vivir en la ciudad de Lima, desincentivaría el uso del vehículo propio, de modo que la polución disminuiría, la gente haría más ejercicio al caminar y, especialmente, los trabajadores no llegaríamos tarde a las actividades programadas y, zas, de paso solucionaríamos el problema de la “hora peruana” que tantos problemas produce.
Ahora, capaz por eso, a mis 13 años, acompañe ilusionado la creación del Tren Eléctrico, promesa absolutamente incumplida por Alan García y Jorge Del Castillo, y me pareció miope la opinión de quienes se oponían a su realización por razones meramente de conveniencia política. A su vez, apoyé la actuación de Ricardo Belmont en completar la pavimentación de la Av. Universitaria hasta el propio Carabayllo y desarrollar el Trébol de de Monterrico, y también aplaudí la decisión de Alberto Andrade de completar el circuito de vía rápida de la Av. Javier Prado. Por supuesto que me pareció excelente la decisión del Alcalde Castañeda de desarrollar la idea de una reorganización del modelo de transporte público de la ciudad, lo que sin duda sabía que exigiría un “sacrificio” importante por parte de todos los ciudadanos que vivimos en Lima.
Como entenderán, por la misma razón critique ácidamente la decisión de Fujimori –que ya era Dictador- de liberalizar el transporte urbano, sin planificar las consecuencias futuras de tal decisión. Esto es, capaz fue buena la liberalización en aquel momento, pero era claro que el modelo no duraría mucho y por ende había que poner un punto de quiebre a tal decisión liberalizadora.
No hace mucho, cuando me hice un ciudadano “motorizado”, esto es con vehículo propio, empecé a ver el otro lado de la moneda, esto es empecé a sentir en carne propia las peripecias y problemas de tener un carro. Lo primero que hay que comentar es que desde esta posición, el ciudadano peatón no es sino un rival en la captura del “tiempo humano” y, en muchos casos, un sujeto irresponsable, que no mide el riesgo al cruzar las pistas sin percatarse de si el semáforo se lo permite, de si hay grass o plantas sembradas en los cerdineles, o de si se trata de una vía rápida en la que no puede cruzar sino por puentes peatonales o espacios especialmente acondicionados. También vi en el “de a pié” a un enemigo de la civilidad, que cuando puede arroja desperdicios, escupe contra las lunas de los carros, agrede o golpea o raya el carro, e incluso asalta.
En segundo lugar, para un ciudadano motorizado, el transito es desesperante, no solo por la disfuncionalidad de algunos conductores (especialmente los de las camionetas que sienten que pueden actuar con impunidad) sino por la actitud inescrupulosa de conductores de taxis, combis, custer y demás vehículos que creen que tienen todas las licencias para hacer exactamente lo contrario a lo que exigen las normas de tránsito.
Pero lo que ha ido a saturar la inconformidad es la imposibilidad de uso de las vías porque al Alcalde de la ciudad se le ocurrió necesario someterlas a reparación, todas casi juntas, sin campañas de prevención y uso de vías alternas, y sin instrumentos de control del tráfico frente a cada corte de vía. Los últimos meses han sido de profundo deterioro del transporte local, con problemas consecuentes de perdida de horas hombres y recursos escasos, que originan mayores costos justamente a los peatones y a los propietarios de los medios de transporte mencionados.
Según lo que vengo diciendo, la constante que origina la profunda inconformidad de todos los ciudadanos es la falta de planificación del desarrollo de la vida de la ciudad, esto es de cómo hemos de desarrollar sistemas de transporte eficiente y cómo debemos mantener y superar nuestra actual situación de infraestructura “caminera”. Hemos tenido décadas de descuido en las políticas públicas sobre estos aspectos y no tenemos hoy una ruta clara de la adecuación a una nueva manera de afrontar el problema y se ha decidido hacerlo de la peor forma profunda, esto es de sopetón, sin planificación y a costa de todo y todos.
Así, los ciudadanos peatones y los ciudadanos motorizados hemos sufrido el desastre de las políticas municipales y nacionales al respecto, sin saber que hacer, como pelear, o en el peor caso, aceptarlas con la resignación que solo los peruanos tenemos cuando desde el ámbito público agreden nuestra condición de ciudadanía.
Esta claro que a este alcalde, como a los anteriores, poco le importaron los ciudadanos, sus vidas y sus proyectos individuales, o importándoles no tuvieron la capacidad de comandar un proceso de transformación que se haga sobre la base del respeto (y no del uso político) de los ciudadanos. Toda la actividad de construcción del Alcalde Castañeda no ha tomado en cuenta los derechos ciudadanos, seguramente en la espera de que culminada la obra hemos de perdonarle todos los exabruptos actuales.
En realidad, a las autoridades locales les ha faltado saber que una ciudad no es una explana de cemento con individuos, que hay que gestionar eficientemente, sino que una ciudad es el espacio de realización cotidiano de la vida, esperanzas y utopías de personas de carne y hueso; y que por tanto en entorno de lo público debe cultivarse, desarrollarse y organizarse de modo tal que devuelva al ciudadano a la ciudad y lo haga vivir las experiencias extraordinarias del cotidiano (que incluye la cultura, el deporte, la recreación, entre otros).
Con ello, no me queda sino apoyar la inteligente idea de este blog: SE NECESITA UN ALCALDE, añadiendo solamente, para que recupere Lima para la cotidianeidad de vida de los limeños….

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